
¡Niños, a salvar el mundo!
POR: DIANA CAROLINA MARTÍNEZ
29 de mayo de 2016
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Fotografías: Mi Páramo
El Páramo de Ocetá en Monguí, Boyacá se convirtió en el escenario perfecto para realizar nuestros sueños de construir paz y cambiar el mundo. En Octubre de 2015 mi eterna amiga de caminos difíciles, Angie Franco, me invitó a hacer parte del primer proyecto más importante de nuestras vidas. Jamás imaginamos que un extenso territorio verde y frio, ubicado aproximadamente a 4 mil metros sobre el nivel del mar, sería hoy el protagonista del escalón final de nuestra carrera universitaria.
No lo pensé dos veces para decir que sí. El 9 de noviembre del mismo año fue el primero de los 209 días que nuestro corazón y nuestra cabeza estuvieron trabajando en función del páramo más lindo del mundo, catalogado así por el reconocido periodista ambiental Andrés Hurtado.
Ese día nos encontramos a las cinco de la mañana en el Portal Norte y tomamos el primer bus que nos llevara directo hasta la ciudad de Sogamoso. Fueron, tal vez, las dos horas y media más angustiosas de nuestras vidas. Nuestra voz nunca se silenció y el bus quedó inundado por risas nerviosas y millones de planes.
Llegar a Monguí desde Sogamoso es tarea fácil. Basta con tomar un bus en el terminal de la ciudad, que demora 40 minutos en arribar el hermosísimo parque central del pueblo. La Basílica de Nuestra Señora De Monguí es lo primero que se divisa desde la ventana, es imponente y de una arquitectura sorprendente. Las construcciones del pueblo y sus calles empedradas no pueden ocultar su pasado colonial; es un espectáculo digno de ver.
Sin embargo, lo que atrapa al alma a primera vista es el páramo de Ocetá. Este maravilloso y subestimado ecosistema se encuentra ubicado detrás del pueblo y está rodeado además por los municipios de Móngua y Tópaga. Allí existe gran variedad de flora indispensable para su conservación, como por ejemplo, los frailejones plateados, amarillos y blancos, entre otros.
Es también el hogar de los venados de cola blanca. Ellos se encuentran, lamentablemente, en peligro de desaparecer, a causa de la caza indiscriminada que realizan algunos habitantes del páramo, según Joaquín Gómez, guía turístico del pueblo.
Nuestro objetivo ese nueve de noviembre era realizar una campaña de expectativa, la cual buscaba invitar a la gente a asistir a la reunión informativa que realizaríamos el 17 de noviembre. Decidimos junto con nuestro tutor de tesis, Juan Carlos Pérez, que la mejor manera de lograr lo que queríamos, era pegando pancartas por todo el pueblo que tuvieran un mensaje provocador. “El agua se va a acabar”, fue la frase que decidimos usar junto con el lugar, fecha y hora de la reunión.
Sin embargo, Angie y yo sabíamos que no era suficiente. Después de dos horas de caminar por las calles de Monguí, decidimos aplicar un método más personalizado, así que usamos los 200 volantes que habíamos traído de Bogotá, los cuales contenían la misma información de la pancarta, el dibujo de un venado y un frailejón. Pero jamás nos imaginamos lo que sucedería.
Eran las cinco de la tarde y estábamos sentadas en una banca del parque central, no había ni una persona a la vista, y el sol caía al mismo tiempo que nuestras ganas de volver al pueblo y luchar por la preservación del páramo. Estábamos decepcionadas y con ganas de coger el primer bus hacia Bogotá.
Dos horas antes, cuando entrábamos a un lugar del que no sabíamos muy bien si era una tienda o una cantina, un grupo de personas conformado por tres hombres y dos mujeres, botaron nuestros sueños a la basura en cuestión de minutos.
Con frases como “ustedes no saben nada del páramo ¿qué vienen a hacer aquí?” y “el agua nunca se va a acabar”, dichas con la agresividad de un animal asustado y la arrogancia de un hombre sobrevalorado, nos sacaron corriendo del lugar y del proyecto.
Estuvimos a punto de abortar la misión. Mirando con nostalgia y frustración hacia esa fábrica natural de agua que queríamos salvar, convertimos esas palabras fulminantes en el salvavidas de nuestro barco a punto de hundirse. “Esto no nos puede detener, al contrario, debemos sacar el proyecto adelante y llegar hasta el final”, fue la conclusión a la que llegamos.
Ese mismo día visitamos los dos colegios del municipio: Las instituciones José Acevedo y Gómez y Técnica de Monguí, con el objetivo de hablar con los rectores para conseguir su apoyo a través de la concesión de espacios, dentro de las instituciones y la invitación a los estudiantes para asistir a la reunión. Lo conseguimos.
Además, nos encontramos con el director de Cultura y Turismo, Hernando Orozco, para solicitarle el permiso de realizar la reunión con los adultos y abuelos, en la casa de la cultura. Su interés en el proyecto era evidente y no dudó en darnos el espacio.

Fotografías: Mi Páramo
El poder de la niñez
“El árbol debe enderezarse desde pequeño porque cuando es grande tiene sus ramas duras y no se deja moldear”, fue lo dicho por José Ramón Galán, rector del colegio José Acevedo y Gómez, cuando le preguntamos acerca de la importancia de los niños en la preservación del páramo. No pudo haber sido más acertado.
Era 17 de noviembre y milagrosamente el frio de Monguí no nos llegaba a los huesos, hacia sol y el día pintaba de maravilla. Nuestra primera cita fue en la I.E.T de Monguí, el rector Hernando Piragauta nos permitió hacer la reunión en el auditorio y fue mejor de lo que nos imaginamos. Era la primera vez que nos parábamos en frente de más de 50 estudiantes a contar nuestros planes de mujeres universitarias, periodistas y soñadoras.
Estábamos totalmente expuestas, sin chance de equivocarnos ni borrar y empezar de nuevo. Cuando recuerdo nuestra exposición se me eriza la piel, lo dimos todo. Decidimos proyectar aproximadamente 10 diapositivas que contenían información general acerca de los páramos en el mundo y en Colombia, fotografías extraordinarias de Ocetá, el logo y nombre de nuestro proyecto y una síntesis del mismo.
Nuestro discurso estuvo cargado de emoción, datos alarmantes, información real y sobre todo, frases que le hacían saber a los niños que nadie podía defender el páramo más que ellos, y que nosotras simplemente éramos quienes dábamos las herramientas. Queríamos que se adueñaran de él, ya era hora.
El aplauso del final y las sonrisas imborrables que nos regalaron nos hicieron saber que iban a salvar su páramo. Afortunadamente tuvimos la misma respuesta positiva en el otro colegio. Después de la charla se acercaron a nosotras varios de ellos, rebosantes de ganas por hacer parte de “Mí Páramo”, como decidimos llamar el proyecto, pues no hay cosa que se defienda con más fuerza y valentía que lo que nos pertenece.
Pero no todo iba a brillar ese día para nosotras. A las tres de la tarde convocamos a los adultos y abuelos del pueblo para que asistieran a la reunión que realizaríamos en la casa de la cultura; teníamos millones de expectativas.
Esta última exposición era muy importante porque la mayoría de los posibles asistentes tienen fincas, cultivos y ganado en el páramo, siendo estos los principales problemas que afectan el ecosistema. “El pastoreo de ganado, la basura que dejan los visitantes o turistas, la tala de árboles y arbustos para reemplazarlos por cultivos, son los problemas que más aquejan al páramo de Ocetá”, afirma José Rámon Gálan.
Nadie llegó a la reunión. Sin embargo, esto no fue sorpresa para nosotras. En el fondo sabíamos que eso iba a suceder y por esa razón, mientras esperábamos en vano, decidimos que el alma de nuestro proyecto, el combustible que pondría en marcha el barco, serian únicamente los niños. Fue la mejor decisión.

Fotografías: Mi Páramo
¡A transformar el mundo!
El primero de diciembre de 2015 iniciamos formalmente el proyecto. Ese día nos reunimos con los estudiantes que estaban interesados en salvar el páramo más lindo del mundo con nuestra ayuda.
Realizamos un diagnóstico comunicacional y situacional con los niños de los dos colegios, quienes se habían inscrito previamente con el rector correspondiente.
Esto, nos permitiría conocer las competencias comunicacionales y los conocimientos acerca del páramo que ellos tenían. Lo que más adelante se convirtió en la fuente principal de “Mi Páramo”, porque supimos con qué herramientas debíamos trabajar, supimos en donde estábamos paradas.
El diagnóstico consistió en la realización de un taller educativo que se dividió en dos partes. Primero, usando pliegos de papel periódico donde estaba la silueta del mapa del páramo de Ocetá, marcadores y colores, los niños debían dibujar los sitios, los animales y la flora que conocieran dentro del ecosistema.
Nos sorprendimos al saber que solo el 40% de los niños habían visitado el páramo por lo menos una vez en su vida. Sin embargo, fue satisfactorio descubrir que gracias a esta primera actividad habían aprendido más acerca de eso tan bello que les pertenecía y, al mismo tiempo, sus ganas por conocer Ocetá estaban vivas de nuevo.
Angie y yo sabíamos que no podíamos dejar el periodismo por fuera de esta actividad. La segunda parte del taller fue la realización de un programa de televisión ficticio donde nosotras éramos las entrevistadoras y ellos los entrevistados. Las preguntas que les hicimos tenían que ver con su interés en el páramo, su conocimiento acerca del cuidado del mismo y sobre todo, la existencia de mitos y leyendas alrededor de Ocetá.
Los resultados del diagnóstico fueron maravillosos, no solo por la valiosa información que obtuvimos y transmitimos sino por los increíbles seres humanos con los que estábamos trabajando, soñando y educando; estos niños tenían tantas ganas de cambiar el mundo como nosotras.
Para mí fue imposible no recordar a Paulo Freire: “En la medida en que nos hagamos capaces de transformar el mundo, de poner nombre a las cosas, de percibir, de entender, de decidir, de escoger, de valorar, nuestro movimiento en el mundo y en la historia ,envuelve, necesariamente, los sueños por cuya realización luchamos”.
Después de esa experiencia reafirmamos nuestra fe en la educación como pilar principal para la construcción de una paz duradera, verdadera y llena de futuro. Es imposible para nosotras imaginar la reconstrucción de un país sin la presencia de los niños ni la naturaleza. Así lo afirma también, Victor Siabato, estudiante de once grado de La Institución Educativa José Acevedo y Gómez, cuando dice que “El papel de la niñez es fundamental porque son nuestro futuro y el de nuestro páramo. Ellos tienen más posibilidades de aprender”.
COPYRIGHT © 2016 MI PÁRAMO.
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http://lorefr93.wixsite.com/mi-paramo Periodismo Cívico y Social para protección del páramo de Ocetá en Monguí, Boyacá “Mi Páramo”